lunes, 8 de diciembre de 2008

COMO EN EL CIELO


EN EL CIELO, COMO EN LA TIERRRA.
En memoria del P. Jaime Garí, franciscano TOR (1933-2008)
El P. Jaime, franciscano TOR, entregado por 27 años al servicio de las comunidades campesinas de Huamachuco y la provincia de Sánchez Carrión, fue al encuentro de la hermana muerte en Mallorca (España), la mañana del viernes 5 de diciembre.

El P. Jaime nace en Villafranca de Bonany, Mallorca, España, el 3 de mayo de 1933. Joven ingresa entre los franciscanos de la TOR y terminados los estudios y ordenado sacerdote es destinado a Madrid. En la capital de España se va forjando el estilo de ser franciscano y sacerdote del P. Jaime: vive la mayor parte del tiempo en la parroquia del Consuelo, entre gente muy humilde que había llegado a Madrid de muchos lugares de España en busca de trabajo. Allí, como después en Huamachuco, con la ayuda de las Franciscanas Hijas de la Misericordia, dará origen a una escuelita para niños y un centro de acogida de día para ancianos. Y él se dedica a ellos, les visita cada día, organiza actividades para ellos… y en tiempos de incertidumbre y dificultades, siempre da a todos consuelo y paz.
Cuando termina su tarea entre ellos es destinado a Perú, o mejor dicho a Huamachuco, pues en 27 años ha permanecido, con distintas responsabilidades, en la fraternidad de los Franciscanos TOR en esa ciudad. Al principio como párroco en Marcabalito, después en Curgos, atendiendo la oficina de Cáritas de la Prelatura, y con las Franciscanas de la Misericordia, dando origen a centros de promoción en los caseríos, actividades de formación para los catequistas, centros educativos en Huamachuco, etc. Son tiempos difíciles, y en esos tiempos se manifiesta una vez más la grandeza de este hombre de poca estatura: “cuando nos propusieron cambiar esperando que pasara el periodo de la violencia, me pregunté de verdad ¿qué hubiera hecho Jesús? Y entendí que Él se hubiera quedado… y me quedé”. Fueron momentos difíciles para los hermanos, y sin embargo el P. Jaime y los demás fueron adelante lo mismo. Nunca hacía las cosas más grandes de lo que eran, y si podía disminuía la importancia.
El P. Jaime ha sido un sacerdote franciscano TOR que ha dado mucho y buen fruto. Huamachuco ha querido honrar su memoria decretando dos días de luto oficial. Hemos perdido a uno de los nuestros, nacionalizado porque se sentía peruano, comunero porque se sentía comunero, hermano de todos porque se sentía y se sabía hermano de todos. Y hemos ganado el testimonio de un hombre cuyos gestos y cada obra hablan del Dios en quien él ha creído, al que ha entregado su vida y de quien se ha convertido en misionero y evangelizador.
La provincia de Sánchez Carrión está llena del testimonio de su vida. Centros educativos, centros de esparcimiento, centros de acogida y hospedaje… y un rosario de capillas que sale de Huamachuco y llega hasta Yanazara y Cochabamba. Capillas bien hechas, usando los materiales de la zona y el buen trabajo de los maestros del lugar. Capillas que hablan a quien las ve de que Dios es “belleza”.
Pero sobre todo el trabajo del P. Jaime son las personas. Lo que él ha hecho con paciencia y perseverancia, con fidelidad y tesón ha sido poner las bases de la bondad y la responsabilidad en un pueblo entero, entre los campesinos y los últimos. No había persona que acudiera a él y no encontrase su ayuda, pero no una ayuda a medias, sino una ayuda de verdad, de “corazón”.
El P. Jaime trabajaba mucho, y hacía el bien mucho. Su responsabilidad y honestidad, su capacidad de gestión y trabajo lo puso al servicio de todos, de gobiernos y municipalidades, de la Iglesia en la Prelatura y Cáritas y de la Tercera Orden Regular. El P. Jaime era responsable y honesto. Miraba siempre dejar lo que había hecho, bien hecho, administrando responsablemente y en bien de quienes lo recibían, aquello que se le encomendaba. En sus manos las obras iban adelante y se terminaban. Los presupuestos se ejecutaban y las cuentas estaban claras… y nunca pedía nada para sí o por su trabajo. No le gustaban los homenajes, y si aceptaba era por no hacer más ruido rechazando: “a veces es más fácil dar la razón”… o “qué cara sale a veces la paz” eran las expresiones que salían de él cuando experimentaba el límite a la hora de comprender a los demás.
Doy gracias a Dios, y como yo una multitud, por haber podido vivir con el P. Jaime. Hermano, franciscano, amante del Perú y de la Iglesia, hombre de Dios, hijo de Francisco de Asís… un hombre que ha sabido dejar en mi alma la certeza de que en la tierra la vida sólo vale la pena vivirla como se vive en el cielo. Ahora estoy seguro de que lo que sucede es al revés, que el vive EN EL CIELO… la misma vida que entre nosotros ha vivido en la tierra, en la sierra de La Libertad.
Y como sé que en Cristo el P. Jaime vive, desde este momento le digo, como tantas veces le dije: GRACIAS JAIME, GRACIAS
Fr. José Ignacio Gómez Moreno, TOR. Fraternidad de Trujillo



NOTA: Los Franciscanos TOR en Trujillo quieren invitar a cuantos nos aprecian y a los que han conocido al P. Jaime, a la celebración de la Eucaristía el martes 9 de diciembre a las 7:00 de la noche en la Iglesia de la “Santísima Trinidad”, Parque Claretiano, Urbanización Vista Hermosa, junto al Óvalo Papal. Quedaremos muy agradecidos por su presencia.

miércoles, 9 de julio de 2008

Franciscanos TOR, una pequeña Orden, una gran Fraternidad


Origen de la Tercera Orden Regular
La Tercera Orden Franciscana fue fundada por S. Francisco en 1221 como una verdadera orden religiosa seglar, pero, ya desde el principio, el deseo de mayor perfección evangélica llevó a algunos hermanos y hermanas a optar por la vida solitaria o eremítica, y a otros, a asociarse en obras de piedad y de caridad, viviendo en común, primero libre y espontáneamente y luego, por necesidad de organización, en estructuras cada vez más estables y reglamentadas. Estos grupos, nacidos y gestionados autónomamente en varias naciones y, a menudo, en ámbitos regionales más restringidos, a un cierto momento sintieron la necesidad de reunirse en Congregaciones. Tales congregaciones nacionales recibieron, en varias épocas y de diversos pontífices, la aprobación canónica, según las exigencias de la nueva forma de vida en común.
En 1295, Bonifacio VIII permitía a los hermanos de la Penitencia de Alemania a llevar vida en común y edificar casas y oratorios donde poder celebrar los oficios divinos. La supresión de las comunidades de beguinas del norte de Europa por el Concilio de Vienne hizo que muchas de ellas se orientaran hacia la Tercera Orden franciscana para sobrevivir. Una bula dudosa de Juan XXII del 18 de noviembre de 1324 defendía a algunos terciarios de la región umbra italiana y recomendaba su forma de vida. Una bula de Bonifacio IX de 1401 autorizaba a los hermanos y hermanas terciarios de la diócesis de Utrecht para celebrar capítulo general, tener estatutos propios y hacer voto solemne de continencia. En agosto de 1411, Juan XXIII concedía a los hermanos y hermanas de Flandes la misma autonomía y aprobaba sus estatutos. Esta congregación llegó a contar con 70 conventos de uno y otro sexo y unos 3000 miembros. Se dedicaban principalmente a la labor hospitalaria y vestían de gris.
Tercera Orden Regular masculina
Las congregaciones masculinas y femeninas de terciarios fueron avanzando progresivamente hacia la vida religiosa plena. El primer reconocimiento canónico de la Tercera Orden Regular fue una bula de Nicolás V, del 20 de julio de 1447, que pretendía reunir a las comunidades masculinas italianas de la TOR en una congregación, con capítulos y ministro generales; pero fue abolido por el mismo papa en 1449, ante la reacción de las mismas agrupaciones, que veían peligrar su autonomía. El paso decisivo hacia la uniformidad fue otra bula de Sixto IV, del 1480, que declaraba solemnes los votos emitidos por estas congregaciones de "terceros" o terciarios, masculinas y femeninas. La Congregación italiana celebró su primer capítulo general el 25 de julio de 1448 y fue teniendo cada vez más peso en el consejo de las distintas congregaciones independientes.
Al principio, los hermanos de la TOR siguieron la regla de Nicolás IV, con estatutos propios y adaptaciones; a partir del 1472-75 tuvieron regla propia, pero el paso más importante hacia la unidad de las Congregaciones fue la Regla que León X promulgó en 1521, inspirada, en parte, en la de Nicolás IV, que se convirtió en Regla común de todas las Comunidades de Terciarios y Terciarias. Esta regla tenía el inconveniente que suprimía a los superiores generales y las congregaciones, y sometía al superior de cada casa a los ministros franciscanos observantes. Los españoles y portugueses, sin embargo, obtuvieron de Pablo III, en 1547, la promulgación de tres reglas distintas, una para los terciarios que vivían en comunidad, otra para las monjas y otra para los terciarios seglares que vivían en sus casas o en ermitas. A imitación de los españoles, la congregación lombarda obtuvo en 1549 constituciones propias y total independencia de los frailes de la Observancia, con superiores generales y provinciales propios. San Pío V, en 1568, volvió a someterlos a la Observancia e imponía a las hermanas la estricta clausura, pero recuperaron de nuevo la autonomía con Sixto V en 1586. A la congregación lombarda se unieron enseguida las de Sicilia, Dalmacia (1602) y Flandes (1650). La congregación española, dividida en tres provincias, se mantuvo más dependiente de la Observancia. La de Francia se constituyó en siete provincias, gracias al tesón de Vicente Mussart (+ 1637) y al apoyo de rey. Esta reforma se llamó "de la estrecha observancia", y fue la más adicta a la primera Orden franciscana.
Otras congregaciones existían en Alemania, Bohemia, Hungría, Irlanda e Inglaterra. A pesar de los daños sufridos por la reforma protestante, entre los siglos XVII y XVIII había en Alemania más de 200 casas y 30 en Irlanda. Una estadística de 1625 daba un total de 17 provincias con 327 conventos y 2250 religiosos. Un buen número de conventos se perdieron en Italia en virtud de las medidas adoptadas bajo el papa Inocencio X. El siglo XVII fue el de mayor esplendor, pero los acontecimientos revolucionarios europeos de los últimos siglos casi las hicieron desaparecer.
En España no quedó ninguna casa de terciarios regulares tras la desamortización de Mendizábal (1836-6). Sólo sobrevivió, muy maltrecha, la congregación italiana, formada por 4 provincias a principios del siglo XX. A ella se unió en 1906 la Tercera Orden Regular masculina española , restaurada en 1878, en Llucmajor (Mallorca), por de fray Antonio Ripoll Salvá, que se extendió luego por España, USA, México, Brasil y Perú. En 1908 se agregó también una congregación de Estados Unidos. En 1921, con ocasión del centenario de la fundación de la Orden Tercera, el papa Benedicto XV manifestaba su deseo de que todas las familias religiosas de uno y otro sexo, que profesan los votos simples, se unieran a la TOR de votos solemnes para formar con ella "un solo cuerpo fuerte y vigoroso", sin conseguir ningún resultado efectivo.
Hoy los miembros de la Tercera Orden Regular masculina rondan el millar y desarrollan una intensa actividad pastoral en los cinco continentes, repartidos en 7 provincias y 5 viceprovincias. El hábito, hasta hace poco, era negro y semejante al de los frailes Conventuales, pero en el último capítulo general se ha decidido volver a la forma y al color gris tradicionales, en aquellas provincias que lo determinen. Su sede o Curia Generalicia está en la Basílica de los Santos Cosme y Damián de Roma, Vía de los Foros Imperiales 1, 00186 ROMA, Italia. Tel. (06) 699.15.40, FAX (06) 678.49.70.

Tercera Orden Regular femenina
Desde el siglo XIII han existido las comunidades de terciarias dedicadas a obras de caridad y de apostolado, sin comprometerse nunca con votos solemnes ni a vivir en clausura. Entre ellas hay que mencionar a las Hospitalarias o Hermanas grises y a las Elisabetinas del centro-norte de Europa, así como a las Ursulinas o Compañía de Santa Úrsula, fundada por Santa Ángela Mérici (+ 1540).
La institución más dinámica, que anticipaba el espíritu y misión de las modernas congregaciones franciscanas femeninas, fue la de la beata Angelina de Marsciano (+ 1435), con autoridad de ministra general recibida de Bonifacio IX y de Martin V. Cada uno de sus 16 monasterios podía elegir su propia ministra, que era la encargada de recibir novicias y admitir a la profesión. La general era elegida por las ministras locales y su tarea era visitar las comunidades y admitir a hermanas de otras congregaciones similares. Se ocupaban fundamentalmente de la instrucción de la juventud femenina. Las italianas se pusieron bajo la jurisdicción de los frailes observantes, conservando su propia organización. El continuo viajar de la ministra general para las visitas fue lo que provocó que Pío II suprimiera dicho cargo en 1461, mientras los observantes imponían a todas las religiosas la clausura religiosa.
La gran floración de institutos franciscanos de todo tipo se produjo, sin embargo, en el siglo XIX, coincidiendo con el descenso numérico e institucional de las ramas de la primera orden, por obra, en muchos casos, de religiosos exclaustrados. Las nuevas fundaciones salían al paso de las necesidades creadas por el proletariado, fruto del capitalismo liberal y la industrialización. Los objetivos eran bien concretos: asistencia a niños, enfermos, ancianos, marginados, emigrantes, instrucción escolar y profesional, atención a la juventud desviada y a las prostitutas.
Las nuevas congregaciones franciscanas emitían votos simples, temporales o perpetuos, para evitar la norma tridentina que obligaba a la clausura a las de votos solemnes. Sólo en 1905 tales congregaciones fueron reconocidas como religiosas por la Iglesia, a condición que se agregaran a una de las ramas de la primera orden o de la tercera orden regular. Actualmente existen centenares de Congregaciones franciscanas regulares. Los frailes menores (antiguos observantes y reformados) dirigen 7 congregaciones y tienen agregadas 11 masculinas y 270 femeninas; los conventuales tienen agregadas 4 masculinas y 33 femeninas; los capuchinos 9 masculinas y 89 femeninas; los terciarios regulares, 2 masculinas y 3 femeninas.

lunes, 30 de junio de 2008

El Cristo de san Damián por Fr. Tomás Gálvez


Oración ante el crucifijo
Alto y glorioso Dios,ilumina las tinieblas de mi corazóny dame fe recta,esperanza ciertay caridad perfecta,sensatez y conocimiento, Señor,para hacer tu santo y veraz mandamiento.(San Francisco de Asís)

Una experiencia que marcó a Francisco para toda su vida
Un día de otoño de 1205, mientras oraba, el Señor le prometió a Francisco que pronto daría respuesta a sus preguntas. A los pocos días, paseando por los alrededores de Asís, pasó junto a la antigua iglesia de San Damián y, conmovido por su estado de inminente ruína, entró a rezar, arrodillándose con reverencia y respeto ante la imagen de Cristo crucificado que presidía sobre el altar. Y, estando allí, le invadió, más que otras veces, un gran consuelo espiritual. Con los ojos arrasados en lágrimas, pudo ver como el Señor le hablaba desde la cruz y le decía: "Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala".
Tembloroso y sorprendido, él contestó: "De muy buena gana lo haré, Señor". Luego se ensimismó y quedó como arrebatado, en medio de la iglesia vacía. Fue tal el gozo y tanta la claridad que recibió con aquellas palabras, que le pareció que era el mismo Cristo crucificado quien le había hablado.
Todos los biógrafos coinciden en calificar de éxtasis o visión la experiencia de San Damián. Santa Clara escribe que fue una "visita del Señor", que lo llenó de consuelo y le dió el impulso decisivo para abandonar definitivamente el mundo. A esta visión parece referirse San Buenaventura, cuando refiere que el santo, tras el encuentro con el leproso, estando en oración en un lugar solitario, tras muchos gemidos e insistentes e inefables súplicas, mereció ser escuchado y se le manifestó el Señor en la cruz. Y se conmovió tanto al verlo, y de tal modo le quedó grabada en el corazón la pasión de Cristo, que, desde entonces, a duras penas podía contener las lágrimas y los gemidos al recordarla, según confió él mismo, antes de morir. Y entendió que eran para él aquellas palabras del Evangelio: "Si quieres venir en pos de mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme" (Mt 16, 24).
Tomás de Celano y los Tres Compañeros sitúan esta experiencia en San Damián. Según ellos, cuando el Señor le habló desde el crucifijo, Francisco experimentó un cambio interior que ni él mismo acertaba a describir. El corazón se le quedó tan llagado y derretido de amor por el recuerdo de la pasión, que desde entonces llevó grabadas en su interior las llagas de Cristo, mucho antes de que se le manifestaran en la carne. Por eso, añade San Buenaventura, "ponía sumo cuidado en mortificar la carne, para que la cruz de Cristo que llevaba impresa dentro de su corazón rodease también su cuerpo por fuera. Todo eso lo practicaba ya cuando aún no se había apartado del mundo, ni en el vestir ni en la manera de vivir". Se refiere a un cilicio, a un tejido muy basto, hecho de gruesos nudos, que empezó a llevar ceñido a la cintura, debajo de la ropa. Desde entonces será tal su austeridad, y tantas las mortificaciones a lo largo de su vida, que, sano o enfermo, apenas condescendió en darse gusto, hasta el extremo de reconocer, poco antes de morir, que había tratado con poco miramiento al "hermano cuerpo".

Descripción del crucifijo de San Damián
El crucifijo que habló a Francisco es hoy uno de los más conocidos y reproducidos del mundo. Se trata de un icono románico-bizantino del s. XII, de autor umbro desconocido y clara influencia sirio-oriental. Es de madera de nogal recubierta con una basta tela, sobre la que pintaron con colores vivos las figuras de Cristo y otros personajes de la Pasión. Sin el pedestal, mide 2’10 metros de alto por 1’30 de ancho.
En 1257, cuando las clarisas abandonaron San Damián, se lo llevaron consigo al nuevo monasterio de Santa Clara construido para ellas en Asís , donde lo conservaron durante siglos en la sacristía. En 1958, 20 años después de ser restaurado por Rosario Aliano, fue expuesto al público en la capilla de San Jorge. Después del terremoto de septiembre de 1997 el icono ha sido sometido a una nueva restauración, y allí sigue expuesto a la devoción de todos, libre ya del vidrio y del marco que antes lo contenía.
He aquí algunas claves para comprender el significado de este icono bizantino del siglo XII:El Cristo de San Damián está vivo y sin corona de espinas, pues es el Cristo resucitado y glorioso que ha vencido a la muerte.
El paño de lino orlado de oro recuerda las vestiduras de los sacerdotes del Antiguo Testamento (Ex 28, 42).
Su postura expresa un gesto de acogida y parece abrazar a todo el universo.
Sus ojos no miran al espectador, sino que se dirigen al Padre, invitándonos también a nosotros a hacer lo mismo mediante la conversión.
Los 33 personajes que lo rodean representan la comunión de los santos de todos los tiempos.
Jesús, con los pies sobre fondo negro, parece que asciende del abismo.
La sangre de Cristo chorrea sobre los personajes que lo rodean, para indicar que han sido lavados y salvados por su Pasión.
La sangre de los pies cae sobre seis personajes apenas reconocibles, que podrían ser: San Juan Bautista, San Miguel, San Pablo y San Pedro, San Damián y San Rufino, patrón de Asís.
En cada extremo de los brazos transversales de la cruz hay tres ángeles que muestran a Cristo: son los mensajeros de la Buena Noticia.
Los personajes bajo los brazos de Jesús están todos en la luz, son hijos de la luz.Tienen todos la misma estatura, pues son "hombres perfectos", que han alcanzado "plenamente la talla de Cristo" (Ef 4, 13).
Si se mira bien, sus rostros son como el de Cristo, pues en ellos ha sido restaurada la "imagen y semejanza de Dios" original.
Juan y María están en el puesto de honor, a la derecha de Cristo. El discípulo muestra y recoge la sangre del costado de Cristo. María manifiesta dolor, pero también serenidad y admiración por la resurrección y por el nuevo hijo que su Hijo le acaba de encomendar.
El manto blanco de la Virgen simboliza pureza, y las piedras preciosas que lo adornan son los dones del Espíritu Santo. El vestido rojo oscuro representa el amor. La túnica morada bajo el vestido recuerda que María es la nueva Arca de la Alianza (la del Antiguo Testamento estaba cubierta con un paño de ese color).
A la izquierda de Jesús están Maria Magdalena y María de Santiago, que parecen preguntarse: ¿Quién nos abrirá el sepulcro?. Junto a ellas, el Centurión confiesa la humanidad y divinidad de Cristo: "Verdaderamente, este hombre era el Hijo de Dios".
Detrás del Centurión asoma el rostro de quien encargó el crucifijo y otras tres personas que evocan al Pueblo de Dios.
Bajo los personajes mayores, hay dos pequeños, uno a cada lado, que representan a los romanos y judíos que crucificaron a Jesús: el romano es un soldado con la lanza y la esponja.
A la izquierda de las piernas de Cristo se ve el gallo de Pedro, que recuerda nuestra debilidad e invita a la vigilancia. Pero también simboliza al sol naciente, Cristo, cuya luz se difunde por toda la tierra.
Sobre la tablilla con la inscripción "Rex iudeorum", en un círculo rojo, vemos a Cristo que sube al cielo, vestido de blanco, con estola dorada y una cruz luminosa en la mano, señal de victoria. El círculo expresa perfección y representa la plenitud de la gloria, donde lo reciben diez ángeles festivos.
La mano del Padre, en lo más alto del crucifijo, se encuentra en un semicírculo. La otra mitad no se puede ver, pues Dios Padre no tiene rostro, es un misterio.

jueves, 26 de junio de 2008

Dives in Misericordia



Paz y bien

Hace una semana se ha comenzado a escribir una nueva página en la historia de la Tercera Orden Regular y en la historia de la Parroquia Señor de la Divina Misericordia. Una nueva página que no habría sido posible sin que los Padres de PRO ECCLESIA SANCTA, con generosidad y auténtico celo apostólico, no hubiesen dado inicio a una nueva comunidad parroquial en el seno de la Iglesia en Trujillo.
Es el momento de que esa nueva página sea para cada uno de nosotros, una página de Iglesia, una página del único libro que continúa mostrando que el Espíritu, con su fuerza y su dinamismo propio, continua operando entre nosotros.
Miremos siempre lo que nos une, ese es el estilo de los que quieren construir la Iglesia. Hagamos con generosidad, con la gran generosidad con la que todos hemos vivido hasta ahora, que la Iglesia sea más santa, más verdadera, más bella.
Para esto nace esta hojita parroquial, DIVES IN MISERICORDIA, que cada domingo podrán recoger en la entrada del templo de la Divina Misericordia, del templo del Señor de Huamán y la capilla de La Encalada.
Para esto nace igualmente el blog que en formato digital les acercará las iniciativas y noticias que nos ayuden a ponernos de acuerdo y coordinarnos.
Gracias a cada uno por la acogida que nos han brindado, gracias en especial al P. Henry, al hoy ya P. Gerardo, al Dcno. Rafael y al Hno Jorge.
Una fraternidad les ha servido, una fraternidad se pone a su servicio.
Dios les bendiga a cada uno.